lunes, 29 de diciembre de 2014

Microcrónicas de non-viaje (II)

Volver.

Después de la euforia, esta tristeza seca. Me he despertado antes que el sol. No hay nadie en casa. Estoy yo, metida en la cama en la que me independicé por primera vez, cuando podía entreverse la pubertad y me dejaron mi primer cuarto propio. Recuerdo con once o doce años la primera vez que dormí en mi habitación, aún sin amueblar, las paredes blancas recién pintadas, la ventana grande. Era verano y pusimos un colchón en el suelo. La noche sola, por primera vez, en un cuarto propio. Tenía esa sensación de aventura metida dentro. Ahora todo está inundado de cosas, las cosas que dejé y que siguen ahí quietas, navidad tras verano tras navidad, como un pasado pasado, un pasado inmutable que dejó de crecer por las paredes, la estantería o los cajones. No sé que me producen estas cosas, un sentirme fuera de lugar, amado lugar pasado, esa extraña tristeza. Lo cambiaría todo. Hoy volvería a las paredes blancas, la habitación vacía y el colchón al suelo, llenarla de presente y dejar de sentirme invadida por las cosas y las cajas, los objetos estancados en el tiempo: cómo me asusta lo inmutable...






marejadilla in the morning lights,
en Murcia tropikal



viernes, 19 de diciembre de 2014

Microcrónicas de viaje (I)

Cortometraje

Yo soy sensible a esas cosas, digo sin pensar.


Voy en el autobús 
de camino al aeropuerto, pegada a la ventana, olvidando lo que hay dentro, yéndome yo. Viajo con mis ojos sobre el blanco y negro de fuera. No me detengo en nada, el autobús me lleva. Veo imágenes repetidas pasar, los abrigos que caminan con personas dentro, los árboles desnudos, alargados y delgados, quietos como si quisieran crecer, intentar distinguir el cielo del aire, todo gris, tocándolo con sus ramitas de manos, con su esqueleto de madera y de tiempo. Parece que está atardeciendo, pero no sabría decir. En el horizonte hay una franja de luz amarilla que se distingue de a ratos, me atrae como si quisiera decirme. Y me dice mucho, me llama a casa. Estoy de camino, esta vez sin prisa, con esta sensación de no adelantarse a los lugares, de ir despidiéndose y encontrándose al mismo tiempo, dentro de ti. Y me importa menos el reloj o la velocidad o la lentitud de los minutos, ni lo que se demora el autobús o el avión que despega, ni el vaivén de los taxis, o el tiempo que queda, ni el tiempo que hará. 

La ventana.

Silencio.

Nieve, y árboles grises que salen de la nieve. 

domingo, 7 de diciembre de 2014

Abstracta retrospección

Es la tercera vez en el día que me encuentro así, con el fondo de pantalla del ordenador mirándome, y yo con actitud de escribir algo, que si puede ser, me sacie de alguna manera, que retrate mi caminar de estas semanas, mi baile ligero de pies en la nieve, mis hilos de pensamiento de cometa que flotan por encima de mi cabeza. Tengo esta manía de describir mi entorno para empezar. Me sumerjo en una o dos canciones, las repito una y otra vez hasta que termino. Hay algo en el ritmo, en el tecleo y el compás, que hace que fluyan las palabras en un determinado orden. Yo me dedico a desordenar, con recuerdos e imágenes, u otras cosas. Me siento en el suelo, de madera. Poca luz, amarilla. Té, y vapor de agua saliendo del vaso.

He revisado mis cuadernos. Escribo diferente. No sólo por las palabras en francés mal escrito que salpican las hojas, sino en el fondo de todo eso, en la manera. Me divierto más y hay más luz, pero no sé si encuentro bien mis raíces, o es que no paro de escarbar. Una libertad se ha instalado en mí, que me deja hacer sin temores, que se abre al mundo y a los otros. Pero me miro y veo largas ramas, y brotes de ramas; desciendo al tronco y me cuesta decir cuán grueso es, se difumina antes de llegar a la tierra. Pienso en tierra y me imagino hundiendo las manos en una arena húmeda y salada, el ruido de olas como rugido. Me imagino el sol y la piel, el escalofrío del calor secando el agua. Y no sé qué hay en esa sensación de tierra, pero todo eso ando buscando, la gravedad que nace del vientre, la mirada profunda y densa que se asienta en el espacio, que baila sin tambalearse. Hay tanta diferencia entre la simpleza y la sencillez que me cuesta explicarlo. La sencillez tiene peso, no es azar. Tiene la belleza que tienen las cosas que no dejan ver lo que las sostiene, como los árboles, o los icebergs, o el brillo del espejo claro de un gran lago, con toda su vida submarina debajo. En la sencilla y entera mirada de alguien, con todo sin decir nada. Presencias que transforman el espacio. Que se ven.



Reviso mis cuadernos y hay luz. Aprendo a coserme mi sombra a los zapatos para que habite mi suelo y anclarme, siendo nómada anclarme, sin dejar de bailar, anclarme para bailar, me cuelgo de los pies tratando de anclarme con las manos. Aquí no hay golondrinas, pero digo que son ellas las que habitan mi cabeza, y que al correr tengo pulmones y piernas de mujer caballo, y que mis brazos son raíces y sale tinta de mis manos. Pocas pausas y un frenesí exagerado; aventurándome en la idea de escribir sobre esta felicidad sin título, con todas esas ganas de saltar sobre los colchones, de reír soltando todo el aire, debajo de la nieve con todo el vaho, y respirar como aprendiendo de nuevo, sintiendo el frío sin tener frío; el calor, el cuerpo y el peso. Sentir todo eso que eres contigo. 











María del Mar

lunes, 13 de octubre de 2014

Soledad concurrida

No pienso en concreto. No pienso en palabras aunque me guste servirme de ellas. Intento aproximado. Intento que me deja hambrienta, latente sedienta. Tengo ganas de algo y no sé. Conclusión sin puntos finales. Imágenes en dos palabras y punto. ¿Desarrollar una idea? Me voy a leer a este o aquel poeta, a este o aquel escritor. Pum, zas, fin. Te dejan kao en una página. ¿Habrá que tener clara la cuestión? ¿Habrá que no dispersarse? Se acerca un hombre que me lleva poniendo incómoda desde hace un rato. Invade, ronda. Hay demasiado parque para que vaya a sentarse a dos metros de mí. Me pongo la capucha, pienso más fuerte en español en mi cabeza y me separo más de todo esto. Estoy apática, es lunes, hoy puedo. El hombre se va como vino y llega una gaviota, con su pico afilado, su ojo amarillo a cada lado. Extraño parecido. El cuello que gira sobre sí mismo, con sus movimientos de pájaro, secos, cortados, que se oponen a sus plumas suaves, su estómago blanco y su vuelo grácil y fácil. Tan fácil. Extraña contradicción. La gaviota se va como vino. Aparece una ardilla.

Criaturas me visitan hoy, en esta soledad concurrida. Y yo buscando la cuestión; cuestión que me invita a escribir, que me invita a leer, y a dejar el libro para respirar y revenir a la tierra y al peso, a esta soledad soleada de por la mañana. Qué manera de revolverse buscando lo que no anda bien, cuando todo parece tener sentido. Pocas cosas se cambian cuando no hay nada que hacer, cuando la vida manda o la muerte manda, cuando se está demasiado lejos para hacer cualquier cosa. Ni todo, ni nada. Rodearse de seres parecidos, seres familiares, ¡cómo es tan reparador! Cómo es tan simple y tan completo. Nos pasamos la vida acompañándonos, unos a otros. Intentamos hacernos grandes cuando nos damos cuenta que somos pequeños. Y nos hacemos grandes. Y lo único y lo que resta, es lo que no se ve y existe, que en todos nuestros fondos, comprendemos a la perfección. Es ése lazo, el hilo mágico que nos une y con el que nos acompañamos, que en todos existió físicamente un día, el cordón umbilical que nos cortan para lanzarnos a la vida, posándonos primero en los brazos de una madre de un padre, que fueron posados en los brazos de su madre de su padre, de mi abuela, de mi abuelo.

La familia; madeja complicada, sistema de la vida. Cómo se desprende tanto amor, cómo se desprende tanta vida. Cuánta parte de nosotros nos pertenece, cuánta fue prestada. Encontré la cuestión que cargaban las palabras que digo no concretar, queriendo, en realidad, hacerlo fuertemente, queriendo hacerme entender. Alejarme de esta mente y de estos ojos que ven lo que yo veo, y convertirme en lazo, unirme a los otros. Volver a mi madre, a mi padre, a mi abuela, a mi abuelo. Poder agradecerles la existencia de mi cuerpo, desde sus propios cuerpos, desde los antepasados que dejaron de existir. Y encontrar al padre de mi abuelo y a su abuelo, y reconocerme en sus esposas y en sus hijos y en sus hermanos. La familia es algo poderoso y no sé cuanto me doy cuenta. Mi abuelo en el hospital parece querer volverse bebé posado en unos brazos de madre, bebé dentro de un vientre de madre. Hacer el camino de vuelta, empezar de cero habiendo ya todo recorrido. Habiéndonos dado, habiéndonos dado a nosotros ternura infinita. Yo no sé si lo entiendo. Mi padre me escribe y lo entiendo mejor. Ternura infinita. 


Hoy me acompañan recuerdos de mi abuelo, el recuerdo de mi abuelo. Y no entiendo bien nada. Sólo quería honrar, maravillarme de lo que ha sido la vida, compartir esta íntima soledad que se concurre de familia. Y esta tristeza incierta, de que la historia y la memoria no se terminen en el final. 









Mar, Parc La Fontaine

domingo, 12 de octubre de 2014

Diario de los días torpes (I)

Sí, hace algo de frío ya. Algo no es mucho, es bastante poco y se está bien. Se está francamente bien. El otoño en vez de apagarse parece que brilla, el amarillo es más intenso, viaja más largo y se pasea un rato en cada hoja de árbol que cae. Escribo raro. Lo retomo.

Llevo varios días flotando. La levedad, el peso, la levedad. Me dejo notas escritas en un papel que se me pierde. O en la mano, tengo tinta por todo el cuerpo. Me escribo cada vez que me acuesto y me ducho por la mañana. Corre el agua, corre más deprisa de lo habitual, se me enreda en el pelo, y luego no sé qué pasa. Canto canciones con los ojos cerrados, con agua afuera en los párpados cerrados, vedados. Prohibir los ojos. Prohibir los ojos no puedo. Me esquivan y no puedo. Los míos los abro más todavía y se me abre la piel también, inexplicablemente. Cojo el vaso. Está caliente. Me voy a quemar, me quemo, me quemo. Me da tiempo a pensar en por qué no lo suelto, me estoy quemando. Lo suelto, se me derrama y se empapa todo. Lo sabía y me siento triste. Llego tarde. Llego tarde cuando los días se me tropiezan, cuando el agua corre deprisa y se me pierden los papeles. Se me olvida ir despacio para llegar a tiempo. A veces peso, a veces me elevo. Me pierdo en la más misteriosa y equívoca de las contradicciones, y no veo pasar los autobuses y el impulso es torpe. Vivo en déjà vu, escucho una canción de amor. Amor, esa palabra. Intento entender. Me entretengo intentándolo con las viejas canciones apoderándose del aire de la habitación. La voz grave de una mujer, Chanson, toi qui ne veux rien dire, toi qui me parle d'elle, et toi qui me dis tout. Las buenas historias, las bien contadas, se repiten una y otra vez, nunca son iguales y no se olvidan. Habrá que preguntarse por qué. Conseguir tomar el té sin quemarse esta vez.

El otoño es para eso, escuchar historias bien contadas, es para los amantes. Hay maremotos en la lluvia, torbellinos de hojas secas y días claros. El otoño es para los desencuentros, los días torpes, la nostalgia después del amor. De la paz que descansa en el interior de uno, la felicidad que no dura un segundo pero que se renueva a cada dos, así de frágil, así de inconstante. Hay algo plácido, grato, misterioso en este frío. Caminar en la tarde cuando el sol cae cada día es agradable. Caminamos con secretos guardados en los ojos. Y la noche lo invade todo y dormimos abrazados, con sueños vedados detrás de los párpados.






Mar



jueves, 14 de agosto de 2014

Ensuciarlo todo

Cuando vuelvo, suelo revolver los cajones llenos, como un pequeño placer infantil, revolver los baúles llenos de cosas que no recuerdo, y encontrar muchas cosas que no necesito, que reviven en un instante feliz y lleno, para volverse a olvidar; y entran de nuevo en la caja, y se olvidan o se mueren, como si fuera lo mismo, o significara lo mismo. Y la caja pudiera ser una ciudad, o la vida significara lo mismo, o una casa o mi casa lo fuera, o un amigo o un cielo, o el mismo cielo de todo el aire, de todas las palabras habladas, o susurradas, o...

Saliendo, yéndome y llegando. Voy encontrándome con muchos espejos donde me miro, tendido. El reflejo del ascensor que me ha visto tantas veces llegar. E irme. Y el espejo del baño que me mira a los ojos y me dice que llego vestida de mujer, y que ya no me puedo desnudar de eso, aun con la ropa en el suelo y sin palabras en la boca, y con palabras en las manos. Más de una vez varios no sé. Te digo. Empiezo de nuevo. Ya no sirve. No sé. Empiezo de nuevo.

Intento pensar lo que siento, pero eso no se piensa. Me recuerdo en el espejo. Me toco las manos. Las suelto. Cruzo los brazos, los suelto. Los dejo caer y no me pesan. Me los quito. Te los doy. Me das tu boca y yo mis ojos. Pero ya me voy. Me estoy yendo. Me siento un poco más vacía. Y más pesada. Pienso; los regalos no se devuelven. Y el vacío pesa.





Mar



Es julio y agosto. Les añaden horas a los días. Y lo ensucio todo, de arena, o de tinta de teclas, o de sal, de ganas, de mar, de retirada. De posible asalto.


Cartas a una joven algo

Pregunta usted si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Antes ha preguntado a otros. Lo envía usted a revistas. Los compara con otros poemas, y se intranquiliza cuando ciertas redacciones rechazan sus intentos. Ahora bien (puesto que usted me ha permitido aconsejarle), le ruego que abandone todo eso. Mira usted hacia fuera, y eso, sobre todo, no debería hacerlo ahora. Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Hay sólo un único medio. Entre en usted. Examine ese fundamento que usted llama escribir; ponga a prueba si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si se le privara de escribir. Esto, sobre todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche ¿debo escribir? Excave en sí mismo, en busca de una respuesta profunda. Y si ésta hubiera de ser de asentimiento, si hubiera usted de enfrentarse a esta grave pregunta con un enérgico y sencillo debo, entonces construya toda su vida según esa necesidad: su vida, entrando hasta su hora más indiferente y pequeña, debe ser un signo y un testimonio de ese impulso.

Entonces, aproxímese a la naturaleza. Entonces, intente, como el primer hombre, decir lo que ve y lo que experimenta y ama y pierde. No escriba poesías de amor; apártese ante todo de esas formas que son demasiado corrientes y habituales: son las más difíciles, porque hace falta una gran fuerza madura para dar algo propio donde se establecen en la multitud tradiciones buenas y, en parte, brillantes. Por eso, sálvese de los temas generales y vuélvase a los que le ofrece su propia vida cotidiana: describa sus melancolías y deseos, los pensamientos fugaces y la fe en alguna belleza; descríbalo todo con sinceridad interior, tranquila, humilde, y use, para expresarlo, las cosas de su ambiente, las imágenes de sus sueños y los objetos de su recuerdo.

Si su vida cotidiana le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que no es bastante poeta como para conjurar sus riquezas: pues para los creadores no hay pobreza ni lugar pobre o indiferente. Y aunque estuviera usted en una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar a sus sentidos ninguno de los rumores del mundo, ¿no seguiría teniendo siempre su infancia, esa riquza preciosa, regia, el tesoro de los recuerdos?

Vuelva ahí su atención. Intente hacer emerger las sumergidas sensaciones de ese ancho pasado; su personalidad se consolidará, su soledad se ensanchará y se hará una estancia en penumbra, en que se oye pasar de largo, a lo lejos, el estrépito de los demás. Y si de ese giro hacia dentro, de esa sumersión en el mundo propio, brotan versos, no se le ocurrirá a usted preguntar a nadie si son buenos versos. Tampoco hará intentos de interesar a las revistas por esos trabajos, pues verá en ellos su amada propiedad natural, un trozo y una voz de su vida. Una obra de arte es buena cuando brota de la necesidad. En esa índole de su origen está su juicio: no hay otro. Por eso, mi distinguido amigo, no sabría darle más consejo que éste: entrar en sí mismo y excavar en las profundidades de que brota su vida: en ese manantial encontrará usted la respuesta a la pregunta de si debe crear. Tómela como suene, sin interpretaciones.

(...)




Rainer Maria Rilke 
Cartas a un joven poeta

miércoles, 30 de abril de 2014

Mi guerra

Esto es porque llueve muchísimo. Esto es en lugar del grito que no grité en el camino a casa, del tic nervioso de mis pies bajo la mesa. Esto es en lugar de mis manos acartonadas, del sueño de anoche que me despertó violenta, de los libros que leo, de lo que no digo porque no me sale, de todas mis pasiones cobardías, y de la mierda que me enmierda, más concretamente.

Esto. Esto para qué, para quién. Tengo el vicio de pensar en los demás. Y tengo el vicio de ser yo misma. A veces me harta ser yo. Pasar demasiado tiempo dudando, demasiado cuestionando qué y por qué; viciada de mi. A veces me equivoco adrede en vez de equivocarme de verdad. Por miedo a no sé que. Que del suelo no pasa, y que quizá quien toque fondo sepa donde está. Aunque dudo, para variar, que los fondos tengan límites, que siempre hay espacio más arriba, más alto o a los lados. La cuestión es, pues, desde dónde caer. Y ya es una pregunta cobarde.

He decidido asumir. Asumir todo esto. Atarme a la certeza y a la sencillez, de ser quien se es, de hacer exactamente lo que puedes hacer. Asumir que mi ambición es pobre porque nunca creí en ella, como si el viento o el azar me hubieran traído hasta aquí, y que el viento o el azar me pudieran traer de vuelta aunque me resistiera. Porque luchar por algo que no se cree del todo agota. Y luchar contra algo que no se controla, como el azar o el viento, agota más todavía. ¿Cuándo saber que se ha vencido el cupo de horas de soledad? ¿Cuándo vencer al no darse por vencida? Hasta cuándo y hasta dónde alcanza la capacidad de sufrimiento no asumido, de un miedo a no asumir el éxito o el fracaso, cuando el único riesgo que uno corre, es a que salga bien, sin finales, sin grandes victorias, siendo ése el punto de partida de otra guerra, más feroz o más sangrienta, o con suerte, más tierna.








maremoto

sábado, 29 de marzo de 2014

Le voyage d'hiver

Me como una manzana. Hay un martilleo sordo en el piso de abajo. Retumba. Como si el ruido llegara desde todas partes. Luego mi manzana que cruje bajo mis dientes, otra vez los golpes, la manzana, los golpes, y dejo de oírlo un poco. La luz blanca cansa, el cristal sin viento, la puerta cerrada, la bombilla encendida. Y aún falta algo, en la luz. La definición de las sombras.
En este viaje de invierno, hay muchas cosas que se me pierden, pero como si caminara en círculos, las voy volviendo a encontrar, o ellas me encuentran a mí, sin orden, sin reglas. Esas cosas no tienen ningún compromiso, no hablan ni juzgan ni juran. Yo las encuentro y no les hablo tampoco. Las miro muy de cerca y las reconozco, y reconozco mi pacto, el trato invisible que grabé en ellas. Las convierto en otras cosas y las decoro, las recreo con mi recuerdo, con mis ojos de recuerdo, con mi voz en el recuerdo. Y las voy cargando conmigo, esas cosas, en el viaje de invierno, hasta que se me van perdiendo cuando no me acuerdo, cuando la luz es demasiado blanca y se pierden primero los colores, luego los nombres, luego las cosas, después el rastro de las cosas.
Il faudrait beaucoup de chaleur pour que la glace fondre. Quizá ese coup de foudre que se agarra al estómago, que se instala en el vientre. Que hace las palabras sin voz, la caricia silenciosa de los ojos que llena el espacio vacío. El agua salada que no moja la mejilla de un hombre que no llora, pero sí. De una mujer que no canta, pero sí. Mais il nous reste encore l'espoir, que el tiempo no es una línea, que no la forman indecisiones, que no cabe en todo eso. Es mucho más que espacio lleno y vacío. Mucho más que infinito, que las infinitas maneras de explicar el mundo.











maremoto

domingo, 2 de febrero de 2014

De amor y otras montañas

Escucho música, voy cantando frases sueltas, a veces me lo invento, voy a romper las putas ventanaaas, mientras tengo mis ojos fijos en los numeritos, intento dar con el agua, esquivando minas. No sé qué tiene este jueguecito. Ni si quiera cuando gano queda registrado en ninguna parte, pues juego en una página cutre de internet. El windows 8 es demasiado moderno. Pero le sigo dando a Restart. Y mientras tanto, pienso, que qué putada el amor. Y ahora lo escribo y empieza a esfumarse todo. Qué putada otra vez. La culpa de todo la tiene el Buscaminas. Y Yoko Ono, porque es la rima más fácil de la historia.


De amor y otras montañas. Escribí ese título hace más de seis meses. He tecleado y he borrado. Y la verdad, es que nada de esto le hace justicia. No sé a dónde quiero ir a parar, no va a ser una carta de amor, ni un elogio, ni tratar de explicar que siento cosas que se parecen al amor, y otras que sé que lo son. Tampoco voy a hablar de mis soledades, y menos de la distancia o de las ausencias, del invierno que se queda dentro hasta la primavera, que prefiero una lluvia que cale, al blanco nácar inmutable, al blanco demasiado, al cielo blanco vacío sin sombras. No quiero ni poner comas, que decirlo sin respirar es más fácil, que cuando digo que no, no es eso. No sé qué es, pero es más de lo que creo. Aunque a veces se me olvida y vuelvo a empezar. Vuelvo a abrir un documento en blanco y me pongo a pensar en cosas que decirte, o en cosas que ya te he dicho, y siempre termino escribiendo cualquier otra parrafada, porque no vale la pena y se me vuelve a olvidar, porque nunca fui muy buena acordándome de las cosas, o eso es lo que suelo decir.

A veces me pregunto qué es todo esto, qué tienen los abrazos, si son los brazos o el pecho, o la curva de tu cuello que se ajusta a mi cuello, si es el contacto, o si es algo inevitable que nos elige a nosotros. Y yo no quiero necesitar nada, podría aceptarlo, aceptar que sí y que es real, pero no quiero. Tengo una niña estúpida dentro que responde a casi todo que no, con ella es difícil razonar. Siempre puedo hablar conmigo misma, así, escribiendo o lo que sea, que me las doy de comprensiva y de difícil de enojar. Y me vuelvo a preguntar qué es todo esto, y casi siempre me parece algo egoísta y de cierta fragilidad. A veces lo mando todo a la mierda y me pregunto qué cojones hago mal. A veces no se trata de alguien sino de mí, a veces no se trata de alguien sino de montañas. Y la mayor parte del tiempo es la distancia, o los aeropuertos, o las escuelas, o el circo y mis veintidós, o la nieve, o estoy bien aquí, o cuando termine, o el mar. El mar muchas veces. El mar y yo. Yo, Mar.




maremoto

sábado, 18 de enero de 2014

entre las 4 y las 10


Je te laisserai des mots. La nieve fuera. La glace sur le trottoir. Los pies de plomo.
El día (y la noche) ha sido largo, y he estado tan perdida como encontrada. Aquí no soy el tipo de chica para muchas cosas, ni para cualquiera, ni incluso lo suficiente para los equilibrios (que para eso vine), según la "omnisciencia" de la escuela. Y me jode tanto. Ça me fait chier tellement, que hoy me lavé la cara con agua salada. Y me importa poco. Y sí. Hay que ver qué ruda soy. Detrás de una máscara se esconde otra, aunque sigo sin ser el tipo de chica. Ni siquiera, en la vuelta a casa, en esa que a veces ilumina, sé en qué idioma pensar. Je te laisserai des mots en dessous de ta porte. Y la nieve sigue fuera. La glace sur le trottoir. Los pies de plomo. Y los míos que de vez en cuando no querrían tocar el suelo, y empieza a sonar a cliché de lotería de navidad. Aunque esa piel se erice sin querer, cuando pienso en lo que es luchar, lucharse, ese carácter del que Irina habla. Los hombros me duelen de sostenerme, sobretodo el izquierdo, justo debajo del lunar. Y no me gusta la palabra tipo. Y tipo de chica aún menos. Me voy a dormir (te dejaré palabras debajo de tu puerta) más perdida que encontrada, con varias memeces de más a añadir a mi lista de
memeces.
Hay algo debajo de todo esto.
Debajo de mi puerta.



maremoto, 5:10 AM