jueves, 14 de agosto de 2014

Ensuciarlo todo

Cuando vuelvo, suelo revolver los cajones llenos, como un pequeño placer infantil, revolver los baúles llenos de cosas que no recuerdo, y encontrar muchas cosas que no necesito, que reviven en un instante feliz y lleno, para volverse a olvidar; y entran de nuevo en la caja, y se olvidan o se mueren, como si fuera lo mismo, o significara lo mismo. Y la caja pudiera ser una ciudad, o la vida significara lo mismo, o una casa o mi casa lo fuera, o un amigo o un cielo, o el mismo cielo de todo el aire, de todas las palabras habladas, o susurradas, o...

Saliendo, yéndome y llegando. Voy encontrándome con muchos espejos donde me miro, tendido. El reflejo del ascensor que me ha visto tantas veces llegar. E irme. Y el espejo del baño que me mira a los ojos y me dice que llego vestida de mujer, y que ya no me puedo desnudar de eso, aun con la ropa en el suelo y sin palabras en la boca, y con palabras en las manos. Más de una vez varios no sé. Te digo. Empiezo de nuevo. Ya no sirve. No sé. Empiezo de nuevo.

Intento pensar lo que siento, pero eso no se piensa. Me recuerdo en el espejo. Me toco las manos. Las suelto. Cruzo los brazos, los suelto. Los dejo caer y no me pesan. Me los quito. Te los doy. Me das tu boca y yo mis ojos. Pero ya me voy. Me estoy yendo. Me siento un poco más vacía. Y más pesada. Pienso; los regalos no se devuelven. Y el vacío pesa.





Mar



Es julio y agosto. Les añaden horas a los días. Y lo ensucio todo, de arena, o de tinta de teclas, o de sal, de ganas, de mar, de retirada. De posible asalto.


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