lunes, 13 de octubre de 2014

Soledad concurrida

No pienso en concreto. No pienso en palabras aunque me guste servirme de ellas. Intento aproximado. Intento que me deja hambrienta, latente sedienta. Tengo ganas de algo y no sé. Conclusión sin puntos finales. Imágenes en dos palabras y punto. ¿Desarrollar una idea? Me voy a leer a este o aquel poeta, a este o aquel escritor. Pum, zas, fin. Te dejan kao en una página. ¿Habrá que tener clara la cuestión? ¿Habrá que no dispersarse? Se acerca un hombre que me lleva poniendo incómoda desde hace un rato. Invade, ronda. Hay demasiado parque para que vaya a sentarse a dos metros de mí. Me pongo la capucha, pienso más fuerte en español en mi cabeza y me separo más de todo esto. Estoy apática, es lunes, hoy puedo. El hombre se va como vino y llega una gaviota, con su pico afilado, su ojo amarillo a cada lado. Extraño parecido. El cuello que gira sobre sí mismo, con sus movimientos de pájaro, secos, cortados, que se oponen a sus plumas suaves, su estómago blanco y su vuelo grácil y fácil. Tan fácil. Extraña contradicción. La gaviota se va como vino. Aparece una ardilla.

Criaturas me visitan hoy, en esta soledad concurrida. Y yo buscando la cuestión; cuestión que me invita a escribir, que me invita a leer, y a dejar el libro para respirar y revenir a la tierra y al peso, a esta soledad soleada de por la mañana. Qué manera de revolverse buscando lo que no anda bien, cuando todo parece tener sentido. Pocas cosas se cambian cuando no hay nada que hacer, cuando la vida manda o la muerte manda, cuando se está demasiado lejos para hacer cualquier cosa. Ni todo, ni nada. Rodearse de seres parecidos, seres familiares, ¡cómo es tan reparador! Cómo es tan simple y tan completo. Nos pasamos la vida acompañándonos, unos a otros. Intentamos hacernos grandes cuando nos damos cuenta que somos pequeños. Y nos hacemos grandes. Y lo único y lo que resta, es lo que no se ve y existe, que en todos nuestros fondos, comprendemos a la perfección. Es ése lazo, el hilo mágico que nos une y con el que nos acompañamos, que en todos existió físicamente un día, el cordón umbilical que nos cortan para lanzarnos a la vida, posándonos primero en los brazos de una madre de un padre, que fueron posados en los brazos de su madre de su padre, de mi abuela, de mi abuelo.

La familia; madeja complicada, sistema de la vida. Cómo se desprende tanto amor, cómo se desprende tanta vida. Cuánta parte de nosotros nos pertenece, cuánta fue prestada. Encontré la cuestión que cargaban las palabras que digo no concretar, queriendo, en realidad, hacerlo fuertemente, queriendo hacerme entender. Alejarme de esta mente y de estos ojos que ven lo que yo veo, y convertirme en lazo, unirme a los otros. Volver a mi madre, a mi padre, a mi abuela, a mi abuelo. Poder agradecerles la existencia de mi cuerpo, desde sus propios cuerpos, desde los antepasados que dejaron de existir. Y encontrar al padre de mi abuelo y a su abuelo, y reconocerme en sus esposas y en sus hijos y en sus hermanos. La familia es algo poderoso y no sé cuanto me doy cuenta. Mi abuelo en el hospital parece querer volverse bebé posado en unos brazos de madre, bebé dentro de un vientre de madre. Hacer el camino de vuelta, empezar de cero habiendo ya todo recorrido. Habiéndonos dado, habiéndonos dado a nosotros ternura infinita. Yo no sé si lo entiendo. Mi padre me escribe y lo entiendo mejor. Ternura infinita. 


Hoy me acompañan recuerdos de mi abuelo, el recuerdo de mi abuelo. Y no entiendo bien nada. Sólo quería honrar, maravillarme de lo que ha sido la vida, compartir esta íntima soledad que se concurre de familia. Y esta tristeza incierta, de que la historia y la memoria no se terminen en el final. 









Mar, Parc La Fontaine

1 comentario:

  1. Me encanta leerte Mar. A veces desde mi perspectiva de antaño me cuesta identificarte con aquella niña de ojos asombrados y mirada dulce que hacía gimnasia en el pabellón. Que bien has crecido, desde dentro, como tiene que ser! Un abrazo grande bonita.

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