domingo, 2 de febrero de 2014

De amor y otras montañas

Escucho música, voy cantando frases sueltas, a veces me lo invento, voy a romper las putas ventanaaas, mientras tengo mis ojos fijos en los numeritos, intento dar con el agua, esquivando minas. No sé qué tiene este jueguecito. Ni si quiera cuando gano queda registrado en ninguna parte, pues juego en una página cutre de internet. El windows 8 es demasiado moderno. Pero le sigo dando a Restart. Y mientras tanto, pienso, que qué putada el amor. Y ahora lo escribo y empieza a esfumarse todo. Qué putada otra vez. La culpa de todo la tiene el Buscaminas. Y Yoko Ono, porque es la rima más fácil de la historia.


De amor y otras montañas. Escribí ese título hace más de seis meses. He tecleado y he borrado. Y la verdad, es que nada de esto le hace justicia. No sé a dónde quiero ir a parar, no va a ser una carta de amor, ni un elogio, ni tratar de explicar que siento cosas que se parecen al amor, y otras que sé que lo son. Tampoco voy a hablar de mis soledades, y menos de la distancia o de las ausencias, del invierno que se queda dentro hasta la primavera, que prefiero una lluvia que cale, al blanco nácar inmutable, al blanco demasiado, al cielo blanco vacío sin sombras. No quiero ni poner comas, que decirlo sin respirar es más fácil, que cuando digo que no, no es eso. No sé qué es, pero es más de lo que creo. Aunque a veces se me olvida y vuelvo a empezar. Vuelvo a abrir un documento en blanco y me pongo a pensar en cosas que decirte, o en cosas que ya te he dicho, y siempre termino escribiendo cualquier otra parrafada, porque no vale la pena y se me vuelve a olvidar, porque nunca fui muy buena acordándome de las cosas, o eso es lo que suelo decir.

A veces me pregunto qué es todo esto, qué tienen los abrazos, si son los brazos o el pecho, o la curva de tu cuello que se ajusta a mi cuello, si es el contacto, o si es algo inevitable que nos elige a nosotros. Y yo no quiero necesitar nada, podría aceptarlo, aceptar que sí y que es real, pero no quiero. Tengo una niña estúpida dentro que responde a casi todo que no, con ella es difícil razonar. Siempre puedo hablar conmigo misma, así, escribiendo o lo que sea, que me las doy de comprensiva y de difícil de enojar. Y me vuelvo a preguntar qué es todo esto, y casi siempre me parece algo egoísta y de cierta fragilidad. A veces lo mando todo a la mierda y me pregunto qué cojones hago mal. A veces no se trata de alguien sino de mí, a veces no se trata de alguien sino de montañas. Y la mayor parte del tiempo es la distancia, o los aeropuertos, o las escuelas, o el circo y mis veintidós, o la nieve, o estoy bien aquí, o cuando termine, o el mar. El mar muchas veces. El mar y yo. Yo, Mar.




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