viernes, 8 de marzo de 2013

Un día cualquiera

La lamparita ilumina mi habitación con esa luz que me predispone, no deliberadamente, a escribir sobre las cosas que van y me van pasando, a reflexionar, o más bien divagar, sobre mi vida y la vida; como si pensando pudiera digerir y entender esas cosas que, simplemente, no están hechas para entenderse.

No sé si el ruido ha detenido los pensamientos o sólo he dejado de pensar. Son esas veletas del huerto del vecino que giran furiosas y hacen ese ruido tan curioso, entre siniestro y bonito, sí, aunque más siniestro que bonito. Sirven para espantar a los pájaros y que no se coman la fruta del huerto, aunque ahora, en invierno, nadie hubiera jurado que aquello estuviera lleno de tomates rojos en plantas verdes, cuando ahora sólo hay nieve blanca. Qué largo se me está haciendo este primer invierno, demasiado tiempo, demasiado blanco, demasiado nada. Estaba aprendiendo a robotizarme, aunque yo me convenciera de que quería conseguir un estado de quehacer físico y rutinario, y calma mental. Pero vamos lo que yo tengo más bien es una paja mental. Esto de viajar esta muy bien y todo eso, pero mira que soy paleta para este mundo canadiense súper guay y esta escuela nacional. No sé si identificarme más con el gafapastismo francófono o con los yankis. Pero todo esto, la verdad, me causa más gracia que pena. La verdad es que me gusta, sentirme ajena a esto digo, pero también conocerlo; es más, me propongo conocerlo más profundamente, hablar su idioma como ellos lo hablan (que no es lo mismo que hablarlo simplemente, yo estoy en ese nivel cutre) y camuflarme un poco a ver qué pasa. Siento que tengo una máscara cuando hablo francés, o quizá la máscara es el propio francés mediocre que hablo; es otra Mar la que habla por mi, una bastante más inutil y un poco menos de pueblo, porque resulta que para el mundo Murcia es un puto pueblo, hay que aceptarlo. Sí, definitivamente es demasiado gracioso para que me preocupe. Pero aún sigue siendo invierno, eso sí que me preocupa, por dios que estamos en marzo, y con marzo mi cumpleaños. Voy a cumplir 22 años, en Canadá. La concha de su madre, esto se me va de las manos. Y qué buenos fueron, están siendo y han sido, los 21; os voy a echar de menos cabrones. Echar de menos, echar de menos otra vez, no paro de hacer eso y ya me estoy cansando. Voy a empezar a echar de más y hacer un pacto con la  primavera, que le echo una mano y nos cargamos a este invierno que ya se está pasando de largo y de listo, y de hibernar recuerdos, de congelar llantos, de habitaciones cerradas, de no-sol por la ventana, de abrigos hiper-abrigados con la incluida pérdida de movilidad a modo Playmobil y de capuchas de estoy enfadada con el mundo, de media hora para desvestirte y de media hora para salir de la cama, de que se te congelen los mocos, y las ideas, y las ganas, del frío, de tanto frío dentro y demasiado té para calmarlo, demasiadas velas, demasiados sueños colgando del techo, demasiado polvo en el suelo, demasiado pensar, demasiado dolor que me canso demasiado. Me canso y voy a dejar de cansarme. Ahora voy a hacerlo de verdad, y voy a dejar de hablar de frío y de miedo, y voy a apagar la lamparita, y ya no suenan las veletas. Buenas noches a este lado del Atlántico.









maremoto