domingo, 12 de octubre de 2014

Diario de los días torpes (I)

Sí, hace algo de frío ya. Algo no es mucho, es bastante poco y se está bien. Se está francamente bien. El otoño en vez de apagarse parece que brilla, el amarillo es más intenso, viaja más largo y se pasea un rato en cada hoja de árbol que cae. Escribo raro. Lo retomo.

Llevo varios días flotando. La levedad, el peso, la levedad. Me dejo notas escritas en un papel que se me pierde. O en la mano, tengo tinta por todo el cuerpo. Me escribo cada vez que me acuesto y me ducho por la mañana. Corre el agua, corre más deprisa de lo habitual, se me enreda en el pelo, y luego no sé qué pasa. Canto canciones con los ojos cerrados, con agua afuera en los párpados cerrados, vedados. Prohibir los ojos. Prohibir los ojos no puedo. Me esquivan y no puedo. Los míos los abro más todavía y se me abre la piel también, inexplicablemente. Cojo el vaso. Está caliente. Me voy a quemar, me quemo, me quemo. Me da tiempo a pensar en por qué no lo suelto, me estoy quemando. Lo suelto, se me derrama y se empapa todo. Lo sabía y me siento triste. Llego tarde. Llego tarde cuando los días se me tropiezan, cuando el agua corre deprisa y se me pierden los papeles. Se me olvida ir despacio para llegar a tiempo. A veces peso, a veces me elevo. Me pierdo en la más misteriosa y equívoca de las contradicciones, y no veo pasar los autobuses y el impulso es torpe. Vivo en déjà vu, escucho una canción de amor. Amor, esa palabra. Intento entender. Me entretengo intentándolo con las viejas canciones apoderándose del aire de la habitación. La voz grave de una mujer, Chanson, toi qui ne veux rien dire, toi qui me parle d'elle, et toi qui me dis tout. Las buenas historias, las bien contadas, se repiten una y otra vez, nunca son iguales y no se olvidan. Habrá que preguntarse por qué. Conseguir tomar el té sin quemarse esta vez.

El otoño es para eso, escuchar historias bien contadas, es para los amantes. Hay maremotos en la lluvia, torbellinos de hojas secas y días claros. El otoño es para los desencuentros, los días torpes, la nostalgia después del amor. De la paz que descansa en el interior de uno, la felicidad que no dura un segundo pero que se renueva a cada dos, así de frágil, así de inconstante. Hay algo plácido, grato, misterioso en este frío. Caminar en la tarde cuando el sol cae cada día es agradable. Caminamos con secretos guardados en los ojos. Y la noche lo invade todo y dormimos abrazados, con sueños vedados detrás de los párpados.






Mar



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