lunes, 2 de febrero de 2015

Estanco en la subida

Cuando me doy cuenta de que me he apropiado bien de los lugares. Cuando el suelo se convierte en el lienzo perfecto para mirar las cosas desde arriba y entender. La pared del salón en la espalda con las piernas recogidas y el cuello largo, agrandar al ras el horizonte, mirarlo agrandarse delante, paralelo a ti. En el suelo de la habitación todos los mapas desplegados, todas las ideas, los libros y la ropa, la hoja de aquel viaje, la foto de aquella sonrisa. La madera del salón está inclinada, todo cae, todo cae rodando hasta la puerta, hasta reunirse con las botas de invierno que se mezclan con los zapatos de verano, como si las cosas que caen quisieran dejar de hacerlo y calzarse, salir por la entrada, bajar las escaleras y darse a la fuga, o darse a la vida. Ayer corría un río de agua en el pasillo cuando se estropeó la lavadora. La cocina inundada de charcos y yo corriendo con toallas y los pies descalzos, chapoteando por el piso, frenando el surco de humedad que caía huyendo de su manantial, como buscando el mar, como si de repente buscara el mar. Al albedrío, al albedrío. Me hago una manzanilla. Simple simple la flor de la manzanilla, pero este olor me recuerda a ser pequeña, a yo de niña, a las visitas en el salón lleno de luz a medio día, el mantel sobre la mesita, el vapor que resbala de las tazas ofrecidas. El ruido de las conversaciones, las voces adultas, los silencios llenos de menta poleo; alguna risa, las onzas de chocolate Valor negro, un resoplar profundo. Me voy a buscar el chocolate. Me quedo un rato pensando, pienso largo sin saber qué voy a escribir después, sin saber cómo. Me abordan cuestiones sobre si es basura o basura con purpurina lo que escribo, si, en primer lugar, escribo para alguien o para mí. Esta tendencia que tengo a expresarme, a decir, a contar, a transformar en palabras. Al final acabo pensando lo que siento. Eso. Eso. Pero yo quiero que mi razón ocupe, que la razón envuelva y amanse y sosiegue esos rápidos de ríos que inesperadamente se instalan, que se dan a la fuga ciegamente. Mitigar ciertas chispas, apaciguar volcanes y usar su fuerza, su color y sus formas para reinventarnos y dejar de seguir patrones nuestros. Esquemas que caen, que nos caen, que nos cayeron encima y que caemos en ellos casi inevitablemente, como un pie que sigue al otro al caminar, como las cosas que ruedan hacia abajo por mi pasillo inclinado. Se estanca todo. Sí no, al final, se estanca todo; como las sandalias en febrero delante de mi puerta, el polvo de diciembre, la cocina inundándose.













maremotoazul