lunes, 29 de diciembre de 2014

Microcrónicas de non-viaje (II)

Volver.

Después de la euforia, esta tristeza seca. Me he despertado antes que el sol. No hay nadie en casa. Estoy yo, metida en la cama en la que me independicé por primera vez, cuando podía entreverse la pubertad y me dejaron mi primer cuarto propio. Recuerdo con once o doce años la primera vez que dormí en mi habitación, aún sin amueblar, las paredes blancas recién pintadas, la ventana grande. Era verano y pusimos un colchón en el suelo. La noche sola, por primera vez, en un cuarto propio. Tenía esa sensación de aventura metida dentro. Ahora todo está inundado de cosas, las cosas que dejé y que siguen ahí quietas, navidad tras verano tras navidad, como un pasado pasado, un pasado inmutable que dejó de crecer por las paredes, la estantería o los cajones. No sé que me producen estas cosas, un sentirme fuera de lugar, amado lugar pasado, esa extraña tristeza. Lo cambiaría todo. Hoy volvería a las paredes blancas, la habitación vacía y el colchón al suelo, llenarla de presente y dejar de sentirme invadida por las cosas y las cajas, los objetos estancados en el tiempo: cómo me asusta lo inmutable...






marejadilla in the morning lights,
en Murcia tropikal



viernes, 19 de diciembre de 2014

Microcrónicas de viaje (I)

Cortometraje

Yo soy sensible a esas cosas, digo sin pensar.


Voy en el autobús 
de camino al aeropuerto, pegada a la ventana, olvidando lo que hay dentro, yéndome yo. Viajo con mis ojos sobre el blanco y negro de fuera. No me detengo en nada, el autobús me lleva. Veo imágenes repetidas pasar, los abrigos que caminan con personas dentro, los árboles desnudos, alargados y delgados, quietos como si quisieran crecer, intentar distinguir el cielo del aire, todo gris, tocándolo con sus ramitas de manos, con su esqueleto de madera y de tiempo. Parece que está atardeciendo, pero no sabría decir. En el horizonte hay una franja de luz amarilla que se distingue de a ratos, me atrae como si quisiera decirme. Y me dice mucho, me llama a casa. Estoy de camino, esta vez sin prisa, con esta sensación de no adelantarse a los lugares, de ir despidiéndose y encontrándose al mismo tiempo, dentro de ti. Y me importa menos el reloj o la velocidad o la lentitud de los minutos, ni lo que se demora el autobús o el avión que despega, ni el vaivén de los taxis, o el tiempo que queda, ni el tiempo que hará. 

La ventana.

Silencio.

Nieve, y árboles grises que salen de la nieve. 

domingo, 7 de diciembre de 2014

Abstracta retrospección

Es la tercera vez en el día que me encuentro así, con el fondo de pantalla del ordenador mirándome, y yo con actitud de escribir algo, que si puede ser, me sacie de alguna manera, que retrate mi caminar de estas semanas, mi baile ligero de pies en la nieve, mis hilos de pensamiento de cometa que flotan por encima de mi cabeza. Tengo esta manía de describir mi entorno para empezar. Me sumerjo en una o dos canciones, las repito una y otra vez hasta que termino. Hay algo en el ritmo, en el tecleo y el compás, que hace que fluyan las palabras en un determinado orden. Yo me dedico a desordenar, con recuerdos e imágenes, u otras cosas. Me siento en el suelo, de madera. Poca luz, amarilla. Té, y vapor de agua saliendo del vaso.

He revisado mis cuadernos. Escribo diferente. No sólo por las palabras en francés mal escrito que salpican las hojas, sino en el fondo de todo eso, en la manera. Me divierto más y hay más luz, pero no sé si encuentro bien mis raíces, o es que no paro de escarbar. Una libertad se ha instalado en mí, que me deja hacer sin temores, que se abre al mundo y a los otros. Pero me miro y veo largas ramas, y brotes de ramas; desciendo al tronco y me cuesta decir cuán grueso es, se difumina antes de llegar a la tierra. Pienso en tierra y me imagino hundiendo las manos en una arena húmeda y salada, el ruido de olas como rugido. Me imagino el sol y la piel, el escalofrío del calor secando el agua. Y no sé qué hay en esa sensación de tierra, pero todo eso ando buscando, la gravedad que nace del vientre, la mirada profunda y densa que se asienta en el espacio, que baila sin tambalearse. Hay tanta diferencia entre la simpleza y la sencillez que me cuesta explicarlo. La sencillez tiene peso, no es azar. Tiene la belleza que tienen las cosas que no dejan ver lo que las sostiene, como los árboles, o los icebergs, o el brillo del espejo claro de un gran lago, con toda su vida submarina debajo. En la sencilla y entera mirada de alguien, con todo sin decir nada. Presencias que transforman el espacio. Que se ven.



Reviso mis cuadernos y hay luz. Aprendo a coserme mi sombra a los zapatos para que habite mi suelo y anclarme, siendo nómada anclarme, sin dejar de bailar, anclarme para bailar, me cuelgo de los pies tratando de anclarme con las manos. Aquí no hay golondrinas, pero digo que son ellas las que habitan mi cabeza, y que al correr tengo pulmones y piernas de mujer caballo, y que mis brazos son raíces y sale tinta de mis manos. Pocas pausas y un frenesí exagerado; aventurándome en la idea de escribir sobre esta felicidad sin título, con todas esas ganas de saltar sobre los colchones, de reír soltando todo el aire, debajo de la nieve con todo el vaho, y respirar como aprendiendo de nuevo, sintiendo el frío sin tener frío; el calor, el cuerpo y el peso. Sentir todo eso que eres contigo. 











María del Mar