Esto. Esto para qué, para quién. Tengo el vicio de pensar en los demás. Y tengo el vicio de ser yo misma. A veces me harta ser yo. Pasar demasiado tiempo dudando, demasiado cuestionando qué y por qué; viciada de mi. A veces me equivoco adrede en vez de equivocarme de verdad. Por miedo a no sé que. Que del suelo no pasa, y que quizá quien toque fondo sepa donde está. Aunque dudo, para variar, que los fondos tengan límites, que siempre hay espacio más arriba, más alto o a los lados. La cuestión es, pues, desde dónde caer. Y ya es una pregunta cobarde.
He decidido asumir. Asumir todo esto. Atarme a la certeza y a la sencillez, de ser quien se es, de hacer exactamente lo que puedes hacer. Asumir que mi ambición es pobre porque nunca creí en ella, como si el viento o el azar me hubieran traído hasta aquí, y que el viento o el azar me pudieran traer de vuelta aunque me resistiera. Porque luchar por algo que no se cree del todo agota. Y luchar contra algo que no se controla, como el azar o el viento, agota más todavía. ¿Cuándo saber que se ha vencido el cupo de horas de soledad? ¿Cuándo vencer al no darse por vencida? Hasta cuándo y hasta dónde alcanza la capacidad de sufrimiento no asumido, de un miedo a no asumir el éxito o el fracaso, cuando el único riesgo que uno corre, es a que salga bien, sin finales, sin grandes victorias, siendo ése el punto de partida de otra guerra, más feroz o más sangrienta, o con suerte, más tierna.
maremoto
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ResponderEliminar¡Bravo! Que suerte que puedas escribirlo tan bien. Las guerras las vas a ganar… ¡Que vengan otras!
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