El aterrizaje fue duro porque creía que mi sueño podría conmigo, llevaba nosecuantasmil horas de viaje y se me caían los párpados. Pero en cuanto pones los pies en tierra nueva todo tu cuerpo se pone alerta, y así recogí mi maleta. La mejor parte, un buen comienzo, cuando me encontré con tres futuros compañeros de escuela que venían en mi mismo avión. Hicimos el visado juntos, nos reímos y descargamos cosas, estreses, temores, ilusiones.
Llegué a casa. Ahora tengo que hablar de Jérémie. Él me ha enseñado toda la ciudad, o casi, y me ha contado historias quebecois. Anduvimos muchísimo, hablamos muchísimo y comimos "poutine", un plato típico que a Jérémie le parece una broma (yo creo que lo es), patatas fritas con salsa "marrón" y lo que le eches. No está mal, nada delicado.
Y Montréal, en fin, qué puedo decir de ella en tres días. La Europa de América; para mí más americana que europea. Esto es curioso, en el parque juegan a béisbol y rugby, y a la vez la boulangerie desprende un rico olor a croisant. La ciudad es joven (relativamente), apenas tiene historia, ruinas, monumentos; se han saltado el medievo y le da encanto. Aquí hay rascacielos y todo el mundo vive en casitas. Hay un barrio chino, un barrio latino, francés, inglés, quebecois, gay, (más barrios que yo no me sé), el puerto viejo y la montaña. Una montaña en medio de la ciudad, para poder desparecer. Es muy bonito, los árboles son enormes, verdes y frondosos, hay mucha humedad. Te transporta a los bosques del Canadá, como diría mi abuelo. Y cuando llegas arriba ves esto:
Y así, con mi jet lag que me despierta temprano (igual resuelve mi problema de dormilona empedernida), intento acostumbrarme a levantarme a este lado del océano. Es sobre todo por la mañana cuando me entra el sentimiento, aún sueño con despedidas, y el facebook se me hace necesario. Pero como un amigo me dijo, aunque sienta que estoy dejando a mi familia-amigos, lo único que estoy haciendo es agrandarla, o eso quiero creer. Y claro que creo, porque en este momento de comienzos, de partir de cero, siento que estoy llena de regalos vuestros, cosas que cada uno ofrece sin saberlo y que me he traído conmigo. Y sólo puedo decir gracias y adelante; que aparte de extraña y enorme, esta ciudad promete, la escuela promete y yo quiero prometer mi empeño. Empiezo a tomar esta soledad por una libertad caprichosa e íntima, un papel en blanco y un lápiz con ilusiones.
Murcia, Madrid, y ahora Montreal. Dos mundos en los que he crecido y he querido, y este tercero por el que empiezo a caminar, poco a poco. Tres mundos, tres emes curiosamente. ¡Esto me gusta!