El alma está en el vientre, en todo el centro, arriba del sexo.
Y en el estómago un alboroto,
supongo que sacarse las tripas
Vengo de probarme a Melisande de Debussy por encima de mi piel,
en un vestido pesado de capas de gasa.
Estas frases en la lentitud de esta mañana temprana, de fuga premeditada.
La moral entre la euforia y el complejo, o la provocación.
Entre mi presente y el futuro que anda por ahí tan vago pero tan constante,
en el “venga vamos con el flow”, con el “faire avec”.
Juliette et chocolatte y la dieta del desazón dulce,
del deseo tan impaciente con dejes amargos
también
tengo a medio un “allongé” que se alarga como esta escritura de jueves y de escapada,
de hacer novillos y abatir a la actitud torcida,
a mis huesos blandos de estos días,
a esa precisa inclinación de la frente,
con el pelo que le sigue, cayendo, por delante de los ojos,
por encima de las cejas,
cobijándose entre las pestañas.
Mi-mi-mi ego entre tropiezos
y la distancia del tiempo que pesa,
que pasa por este invierno errado
febrero con su hielo gris lleno de polvo,
y las calles que atestiguan la guerra del termómetro,
la nieve algodonada pierde por una lluvia de escarcha,
y de no-primavera.
“Pero nunca, nunca debí pensar en primavera”.*
Et la moral, ça va?
Y el café chorrea sobre mi moral de columna griega,
y el café se convierte en café aguado; o lagrimado.
Mi gran pilar esguinzado,
blanco, nácar y esguinzado.
Y le pregunto a mi mano (a la que escribe)
si se siente privilegiada,
o explotada
o martirizada
o sobreviviente.
Y a la que no escribe no le pregunto y se consuelan las dos.
Mis muñecas no se salvan, aquí nadie se salva.
“No dejes caer los ojos pesados como juicios,
no congeles el júbilo,
no quieras con desgana”.**
Y todo resbala sobre mi columna,
y no penetra nada,
salvo el sol de invierno.
Salvo el sol
que se salva.
*I get along without you very well, Nina Simone
**No te salves, Mario Benedetti